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DIONISIO INCA YUPANQUI - UN INCA EN LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE CÁDIZ

DIONISIO INCA YUPANQUI - UN INCA EN LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE CÁDIZ 
Por: Bill Alan Del Castillo Merma, Abogado por la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco


En medio de la cuarentena por el COVID-19, donde el ejercicio de la abogacía se limita solo a actuaciones judiciales de urgencia y que esta pandemia esta enseñando a la humanidad que debe existir nuevas bases para los ordenamientos jurídicos de los países, para que se cumplan de forma eficaz la aplicación de derechos fundamentales prioritarios: Vida, Salud y Educación. También en estos tiempos de crisis global una principal preocupación es la conservación del planeta, remarcando de forma clara el neoconstitucionalismo, donde la óptica de los derechos se complementan con la armonía del medio ambiente, dejando de lado su carácter antropocentrista. Debiendo superar la imagen que tenemos estos días, donde observamos que mientras la gente muere a nivel mundial, el medio ambiente se recupera.     

Así que esperando que la situación mundial mejore y confiando en la capacidad humana, en especial de los profesionales de la medicina, tenemos que seguir cumpliendo con el deber de todo peruano de conocer nuestra historia y la de los abogados en capacitarse cada día. 

Por tal motivo en esta ocasión una de las personalidades del derecho peruano para conocer es DIONISIO INCA YUPANQUI, quien por fuentes comprobadas de historiadores y del Consejo de Indias, fue nieto del INCA HUAYNA CAPAC y por una posible rebelión de su padre contra los españoles es llevado a España, donde recibe una educación privilegiada y forma parte de la guardia del Rey. 

Además de su destacada labor en la guardia española, es uno de los precursores de las ideas ilustradas de ese tiempo, dichas ideas son plasmadas al ser nombrado DIPUTADO POR EL PERÚ en la Corte de Cádiz, donde mediante tres discursos de mucho valor, solicita que exista una reivindicación de derechos de las colonias de España. Estos preceptos pese a tener opositores conservadores del régimen anterior, fueron inspiración de la Constitución de Cadíz de 1812, que para su tiempo fue vanguardista. 

Es de precisar que Cádiz fue la reserva de España en 1812, cuando las demás ciudades fueron tomadas por la ocupación francesa de Napoleón, por tal motivo Dionisio Inca Yupanqui en su primer discurso señala que la invasión Napoleónica solo es un castigo divino al pueblo español, por todo el sufrimiento que por más de trecientos años hicieron pasar a las colonias. 

Una de sus principales frases del Inca, que fue reproducida por Carlos Marx y Lenin es la siguiente:


                  "Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre"


Entre las ideas que esboza en sus discursos son: 


- Igualdad entre españoles, indígenas y negros

- Justicia para las colonias 
- Dignidad de los indios 
- Conocimiento ancestral Inca
- Abolición de tributos 
- Supresión de la mita 
- Libertad
- Sobre la propiedad de la tierra

Prueba de la participación de Dionisio, están diversos documentos y también su firma en la Constitución de Cadíz. 



El Doctor Raúl Chanamé Orbe, en la revista del Colegio de Abogados de Lima por el Bicentenario de la Constitución de Cádiz, reconoce una recopilación de los discursos de Dionisio Inca Yupanqui, que es necesario compartir para perennizar la memoria de un diputado singular. 

PRIMER DISCURSO

“Señor: Diputado suplente por el Virreynato del Perú, no he venido a ser uno de los individuos que componen este cuerpo moral de V. M. para lisonjearle; para consumar la ruina de la gloriosa y atribulada España, ni para sancionar la esclavitud de la virtuosa América. He venido, sí, a decir a V. M. con el respeto que debo y con el decoro que profeso, verdades amarguísimas y terribles si V. M. las desestima; consoladoras y llenas de salud, si las aprecia y ejercita en beneficio del pueblo. No haré, señor, alarde ni ostentación de mi conciencia; pero sí diré que reprobando esos principios arbitrarios de alta y baja política empleados por el despotismo, sólo sigo los recomendados por el evangelio que V. M. y yo profesamos.

Me prometo, fundado en los principios de equidad que V. M. tiene adoptados, que no querrá hacer propio suyo este pecado gravísimo de notoria y antigua injusticia, en que han caído todos los gobiernos anteriores: pecado que en mi juicio es la primera o quizá la única causa por que la mano poderosa de un Dios irritado pesa tan gravemente sobre este pueblo nobilísimo, digno de mejor fortuna.

Señor, la justicia divina protege a los humildes, y me atrevo a asegurar a V. M., sin hallarme ilustrado por el espíritu de Dios, que no acertará a dar un paso seguro en la libertad de la patria, mientras no se ocupe con todo esmero y diligencia en llenar sus obligaciones con las Américas: V.M. no las conoce. La mayor parte de sus diputados y de la Nación apenas tienen noticia de este dilatado continente. Los gobiernos anteriores le han considerado poco, y sólo han procurado asegurar las remesas de este precioso metal, origen de tanta inhumanidad, de que no han sabido aprovecharse. Le han abandonado al cuidado de hombres codiciosos e inmorales; y la indiferencia absoluta con que han mirado sus más sagradas relaciones con este país de delicias ha llenado la medida de la paciencia del padre de las misericordias, y forzándole a que derrame parte de la amargura con que se alimentan aquellos naturales sobre nuestras provincias europeas.

Apenas queda tiempo ya para despertar del letargo, y para abandonar los errores y preocupaciones hijas del orgullo y vanidad. Sacuda V. M. apresuradamente las envejecidas y odiosas rutinas, y bien penetrado de que nuestras presentes calamidades son el resultado de tan larga época de delitos y prostituciones, no arroje de su seno la antorcha luminosa de la sabiduría ni se prive del ejercicio de las virtudes. Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre. V. M. toca con las manos esta terrible verdad.

Napoleón, tirano de la Europa su esclava, apetece marcar con este sello a la generosa España. Esta, que lo resiste valerosamente no advierte el dedo del Altísimo, ni conoce que se castiga con la misma pena al que por espacio de tres siglos hace sufrir a sus inocentes hermanos.

Como Inca, Indio y Americano, ofrezco a la consideración de V.M. un cuadro sumamente instructivo. Dígnese hacer de él una comparada aplicación, y sacará consecuencias muy sabias e importantes. Señor: ¿Resistirá V. M. tan imperiosas verdades? ¿Será insensible a las ansiedades de sus súbditos europeos y americanos? ¿Cerrará V. M. los ojos para no ver con tan brillantes luces el camino que aún le manifiesta el cielo para su salvación? No, no sucederá así, yo lo espero lleno de consuelo en los principios religiosos de V. M. y en la ilustrada política con que procura señalar y asegurar sus soberanas deliberaciones”.


SEGUNDO DISCURSO

El Sr. INCA: La América, cuya cordialidad por la Metrópoli y demás virtudes nos son conocidas, une sus votos y sentimientos con los que V. M. ha manifestado en la discusión que ha motivado la proposición del Sr. Borrull de 10 de este mes. Ella ama al Rey Fernando, desprecia a Napoleón, quiere ser libre como la madre Patria, y como ésta detesta la esclavitud. Órgano de su voz y de sus deseos, declaro a V. M. que sin la libertad absoluta del Rey en medio de su pueblo, la total evacuación de las plazas y territorio español, y sin la completa integridad de la Monarquía, no oirá proposiciones o condiciones del tirano, ni dejará de sostener con todo fervor los votos y resoluciones de V. M.
En consecuencia, apruebo la minuta de decreto del Sr. Pérez de Casto, y pido a V. M. que por medio de un animado manifiesto, cuyas expresiones, a manera de espada penetrante de fuego, abrasen la voluntad generosa de todos los patriotas y mantengan en su ánimo la heroica determinación de llevar a cabo los santos finés que se propusieron cuando proclamaron su independencia, se sostenga y aumente la fuerza moral de la Nación, se la ilustre francamente en sus intereses y obligaciones, se destierren de una vez y para siempre los restos de apatía, y se persiga al egoísmo desolador, para que, penetrados todos de la verdad eterna de que sin esfuerzos y desprendimientos gloriosos no hay libertad ni patria, ofrezcan en su sagrado altar los justos sacrificios de sus personas y haciendas que de justicia e imperiosamente les demanda, y tenga V. M. los medios de realizar con una velocidad igual a la de un rayo el objeto e intenciones de su deseada instalación. Así, pues, ruego a V. M. desenvuelva la más laboriosa actividad, aumente el número y fuerza física de nuestros ejércitos, organice el espíritu y entusiasmo militar, para que fijando en ellos de un modo invariable la victoria, no se hagan ineficaces los cuidados y esfuerzos de V. M., ni inútil el valor empleado y la sangre que la Patria ha derramado por vengar sus agravios y afianzar su gloriosa independencia y libertad”.


TERCER DISCURSO

“El Sr. Inca: Señor, los americanos agradecemos mucho la buena voluntad del Sr. Luján; pero no apetecemos lisonjas, sino que se nos haga justicia. Por otra parte, el Sr. Huerta sabe, que nuestros poderes son ilimitados; así no los necesitamos especiales para hacer esta proposición y sostenerla; podemos procurar todo bien á nuestras provincias; sólo no tenemos facultades para conformarnos con lo que no las sea útil y decoroso. Dicho esto, se leyó su voto por escrito, y es el siguiente:

«Señor, la verdad y la justicia, hostigadas y atropelladas por la corrupción general, han abandonado la tierra, retirándose á su pacífica mansión en los cielos. Urgentísimo es que V. M., á fuerza de virtudes no discurridas sino practicadas, las obligue a que desciendan y permanezcan entre nosotros; porque sin su asistencia, esto es, sin un escrupuloso cuidado en buscar a la primera y en conformarnos con los dictámenes de la segunda, es imposible acertar en la difícil carrera en que estamos empeñados. El amor preferente y decidido que se las profese, inscribirá en los corazones de todos los individuos del Congreso aquellos sentimientos de sobresaliente rectitud, hijos de la verdadera sabiduría, que elevándoles sobre sus pasiones, no les permita hallar un término medio entre conocer y seguir dócilmente la imperiosa voluntad de una suprema Providencia que mejora cuando quiere los destinos de los pueblos. Lejos, pues, de este templo del honor y probidad los refugios y los arbitrios de eludir y postergar la ejecución de una ley de eterna equidad, cincelada en nuestro espíritu desde el principio de los siglos por el Padre común de los hombres. V. M. conoce mi modo de pensar en esta materia desde el 25 de Setiembre. ¡Ojalá que en aquel día en que los americanos, aconsejados de nuestra triste experiencia, y del ingenuo deseo de amansar la fortuna presente y venidera de la España amancillada, se hubiese abrazado por convencimiento y con entusiasmo universal esta misma proposición y remitido en las de los vientos á nuestros nobles y generosos hermanos, como un testimonio eterno de la franqueza y cordialidad y buena fe de las Cortes nacionales! Pero el error, que descarriando el juicio y la opinión, introduce en los ánimos la fatal confianza para no encontrar con el acierto, quiso sofocar este rasgo de calificado patriotismo, previsión o interés que laboriosamente hemos desenvuelto por bien general de la causa pública. ¡Desgraciada y voluntaria resistencia que ha de producir y ocasiona ya en las Américas nuevos y notables agravios!

Los indios, esos dignos ciudadanos en quienes se desdeña pensar el hombre engreído y satisfecho con su vano saber, los tienen y los producen tan antiguos como lo es el tiempo en que fueron conocidos. En aquella época eran ya sabios. Sus gobiernos, constituidos sobre bases liberales y paternales, han sido y serán admitidos por los entendidos. La Europa civilizada si los estudiase, no dejaría de encontrar rasgos sublimes que admirar. Las instituciones religiosas, políticas y civiles del Perú, las virtudes morales de este gran pueblo, en nada cedían á las de los celebrados egipcios, griegos y romanos, y la austeridad de sus costumbres se anticipó con mucho tiempo á la gustosa admisión y práctica de la Santa Religión que hoy profesan. Desapareció todo con la insana reducción al más lamentable cautiverio que ha conocido la tierra, y con la cabal usurpación de sus imprescriptibles derechos; porque es condición deplorable de los hombres desfigurar con sus pasiones y vicios el hermoso retrato de esas virtudes! Así la disminución escandalosa de su generación desde 8 millones á 900.000 almas solo en este imperio debe asustar á V. M. y debe hacerle entrar en consideraciones religiosas sobre el influjo que esta sangre inocente pueda tener en los designios inescrutables del Altísimo. La derramada en la elaboración de la minas es tal, que si fuese posible reunir la suma de millones con que el Potosí solo ha enriquecido las otras tres partes de la tierra, y yo tuviese la virtud de un San Francisco de Paula para obligarles á manifestar la que contienen, se penetraría altamente V M. de las ofensas y abusos que es necesario borrar, y de las heridas que es preciso curar y cicatrizar. Interminable seria en la numeración de los excesos, si ahora me destinase á verificarla. No es ahora la ocasión, ni tampoco lo es de demostrar las dotes del ánimo y espíritu con que la naturaleza los ha distinguido. Bastará decir á V. M., con la confianza que inspira la evidencia, que son muy capaces de ocupar dignamente sus asientos en el Congreso.

Los americanos los fundan también sobre el olvido general de las relaciones con que la Metrópoli ha debido en todos tiempos estrecharlos amorosamente en el seno de esta familia europea, sobre los insultos y desprecios prodigados por tan crecido número de ineptos y odiosos mandatarios, y sobre la vana y pueril superioridad que se ha afectado, y que ha sido el origen mezquino de la indiferencia criminal con que se les ha tratado. Unos y otros quieren y desean entrar en la justa posesión de sus imprescindibles derechos, V. M. según el sistema de suprema equidad liberal é ilustrada política que tiene en ejercicio, no puede negar ni diferir un instante su consentimiento en un negocio tan óbvio, tan sencillo y tan alta-mente apoyado en los principios de justicia universal.

Pero no puedo menos que hacer algún reparo sobre las consecuencias que se han querido sacar del decreto de 15 de Octubre. Mi opinión fue entonces la misma que hoy manifiesto, y V. M. no puede haberse olvidado que tuve por no conveniente la medida en los términos que se tomó. Quise entonces, que cuando el Congreso hablaba por primera vez a las Américas, lo hiciese con todo el decoro imprescindible de V. M., esto es, con la balanza de la divina Astrea en sus soberanas manos, no asomando el vicio mañoso de los precedentes Gobiernos, que ofrecían ser juntos para engañar a los pueblos, sino dando testimonios prácticos de verdadera fraternidad y liberalidad, hechos positivos, efusiones agradables de sensibilidad que se atropellan por salir del corazón cuando está penetrado del amor y la justicia. V. M. está lastimosamente engañado si juzga que a los indios les falta talento, a los americanos sabiduría para analizar escrupulosamente el expresado decreto. Unos y otros conocen los principios que explica; se han sentido y sentirán que la Junta Central, la Regencia y V.M. les haya querido descubrir como cosa nueva una verdad de eterna existencia. Ellos han dicho ya y dirán: «No se nos hable más en los términos que lo han practicado los Gobiernos anteriores: no se pierda tiempo en confirmarla y sancionarla; porque este paso nos hace entrever que la voluntad no está muy acorde con el inconcluso concepto de nuestros derechos. ¿Para qué dilatar lo que es justo, útil y provechoso a todos? Lo que convence y asegura la confianza son los hechos, la posesión franca y pronta de ellos, la representación uniforme con la Metrópoli. Sentimos que nuestros hermanos europeos no sean consiguientes con sus mismas amarguras. Derraman su sangre heroicamente por no perder sus fueros, su noble independencia, y pretenden que permanezcamos indolentes y como hombres de ánimo liviano confiados en un tiempo venidero. Se les ha hecho muy gravoso el sufrimiento de 20 años de un torpe despotismo; pero ¿por qué se olvidan de que nosotros le hemos tolerado por el espacio de 300 dando un milagroso ejemplo de subordinación y de lealtad?



En fin, la segunda parte del decreto de que se quiere sacar violentamente mérito para la dilación de la cuestión al tiempo de la Constitución, es verdaderamente un subterfugio; ella está muy clara y terminante, y cualquiera confesará que la amnistía de que trata está ligada sólo al reconocimiento de la legítima autoridad soberana establecida en la madre patria, sin que esto ofrezca interpretación ni vacilación alguna. El tiempo es el más a propósito y conveniente. La oportunidad está marcada por la Providencia, que nos enseña e intimida con la energía de la tribulación que sufrimos, cuál ha de ser la conducta que debemos observar con aquella parte numerosa de nuestros buenos hermanos. Los reparos que se han puesto, las reflexiones que se han presentado, ni son sólidas, ni dejan de estar ya sabiamente refutadas por todos mis dignos compañeros que sostienen el mérito sobresaliente de la proposición. La diputación americana sería reputada por imbécil, acreedora al más alto desprecio de sus comitentes, y a la más amarga censura de la posteridad más remota, si no hubiese empleado todo el fuego, energía y eficacia de su genio en demostrar con un rigor geométrico el carácter y circunstancias de una cuestión de tan importante trascendencia. V. M., cuya sabiduría tiene presente el amor que se debe a la verdad, y los respetos que exige la justicia con estas virtudes; resolverá lo conveniente. Siendo en el caso negativo el único responsable a la Nación de los efectos de su determinación”.

                                                                             CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE CÁDIZ - 1812

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authorHELLO
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